jueves, 7 de agosto de 2014

¿Rusia es culpable? La III Guerra Mundial inició en verano


La muerte se cierne sobre Ucrania.



¿Se acuerdan de las grandes promesas que siguieron a la caída del muro de Berlín? El fin del mundo bipolar y la religión del mercado libre acabarían con todas las guerras. La última (“y nos vamos”) iba a ser contra Irak porque un tirano menor no respetó el derecho internacional e invadió el pequeño emirato de Kuwait.

Ya saben cómo acabó aquella película. Irak no levanta cabeza y lo que queda de un país otrora próspero es un amasijo de ruinas, lealtades tribales y juegos de poder internacional.  Cortesía de Estados Unidos, naturalmente. No hay posibilidades de una vida digna en este lugar de todas las pesadillas. De 1991 a 2014 han pasado 23 años. Y los (pocos) universitarios que hoy se gradúan en universidades todavía públicas y todavía gratuitas buscarán trabajo en un mundo estancado en la crisis permanente y la guerra sin fin.

El mundo posterior al colapso soviético fue una larga vuelta al siglo XIX pero en este revival neoclásico, algunos teóricos de la globalización pensaban que la paz perpetua de aquel siglo podía reeditarse gracias al intercambio mundial de mercancías y la profunda interacción de capitales y gobiernos que el paquete de la tercera revolución industrial (sociedad-red, movilidad de capitales, outsorcing…) ofrecía en  su embalaje seductor.

Si China, Estados Unidos, Alemania y Rusia solo vivían para el comercio, el proyecto neoliberal de "mercado abiertos" terminaría naturalmente con el espectro del conflicto. Cuando las burguesías del mundo se fusionan en un solo abrazo para compartir los beneficios de este mercado global, el reino de la mercancía predominaría, seguro, sobre las pasiones geopolíticas.

Como de la risa loca ¿no?  Algunos ilustres amargados -Rafael Poch, Pepe Escobar, Jean Bricmont o Alexander Cockburn- llevan años explicando a sus lectores como la OTAN se expandió sin freno hasta acorralar a Rusia, como el imperialismo humanitario devastó países no alineados con Washington, como la cruzada antiárabe creó la balcanización de Oriente Medio y dio alas al Estado judío para convertir las reservas palestinas de Gaza y Cisjordania en espacio de genocidio y expropiación.

Todo es ya demasiado obvio. El mercado no existe sin oligopolios, puertas giratorias, alta burguesía e intereses cruzados pero tampoco existe sin el Estado weberiano  y poderoso, cuyos gestores definen, mediante el complejo militar-industrial y los latifundios mediáticos, una agenda basada en sostener a toda costa la hegemonía imperial el sistema-dólar y todas las estructuras de control  que garantizan el poder estadounidense.

Corporaciones y empresas reciben los beneficios de este orden unipolar pero su defensa exige, más de una vez, la presión y el chantaje económico. Contra Rusia, por ejemplo. Al final de este viaje, los mercados abiertos serán un mal chiste. Puede que las petroleras texanas terminen abandonando los campos siberianos, que el mercado europeo de alimentos, materias primas y productos de consumo entre en barrena tras las contra-sanciones de Putin. El mercado mundial, si existe, se someterá a la lógica imperial. Los beneficios serán recortados.

Para los trabajadores, se ha consumado la vuelta al siglo XIX. Para los estados, mezclamos épocas. Un poco de imperialismo decimonónico (la recuperación de África como espacio de impunidad y saqueo) y otro tanto de guerra fría, o el discurso habitual del anticomunismo remozado contra el mal autoritario (y machista) del eje euroasiático donde, como se sabe, no hay libertades. Aunque sean las falanges ucranianas quienes bombardean sus propias ciudades, disparan contra aviones comerciales y queman manifestantes, conocemos la regla: la (contra)revolución no será televisada. Serán para siempre los buenos chicos de Euromaidán.

1989 queda lejos. Tanto como las ilusiones de paz perpetua. Quien rompa el juego hegemónico, será tratado con la dosis habitual de sangre, fuego y sanciones. Acorralado hasta la extenuación por un imperio que no piensa morir sin matar. Esta ha sido la regla de oro. En la primera, en la segunda y en la tercera guerra mundial.

La ventaja es que este enemigo sienta bien. Es, casi casi, el eterno adversario. Eurasia (China & Rusia) fue el objetivo habitual no solo durante la confrontación bipolar del siglo XIX, sino también en tiempos de expansión imperial allá por el siglo XIX: la guerra del opio o la guerra de Crimea, por ejemplo.  El largo respiro de 1972 (cuando Nixon pactó con Mao una alianza estratégica contra la URSS) permitió a Washington recuperarse de una larga cadena de derrotas en todo el mundo. Hizo de China su fábrica, pero, a cambio, convirtió un país soberano en potencia mundial. Craso error al fin.

Así que ya es tiempo de volver a la añeja cacería antichina. En la misma lógica del enemigo de mi enemigo es mi amigo, la vieja senda de la amistad sino-soviética deberá reemprenderse. De hecho, eso ya está pasando.

Rusia es, ahora mismo, el centro de la jugada imperial. El frente que debe caer, para ser francos. La guerra en su contra no empezó en Donetsk esta primavera. Las razias del este de Ucrania solo reactivan el proyecto de devastación mil veces acariciado. Solo que ahora, con toda la propaganda mediática en marcha, apretaron el acelerador. En la vieja senda del asalto a la estepa rusa, la Unión Europea juega al colapso suicida.  Seguir fielmente al patrón ya está teniendo un alto precio. Bloquear el mercado UE-Rusia detendrá la economía alemana pero así debe ser.  Alemania es peón, rehén y basurero de la ideología racista del espacio vital que el III Reich cedió a EEUU y a Israel, avaladores finales del tutelado reino de la Merkel. Los gerentes del cártel alemán verán el fin de sus ganancias en pos del viejo grito: Rusia es culpable.

La cruzada debe proseguir. Y proseguirá.

Por su legado socialista, por sus recursos naturales, por su potencia económica y por ser, finalmente, espacios geoestratégicos fuera del control occidental, la III Guerra Mundial llegará. Más bien ya llegó. Inició, oficialmente, este verano del 2014 con la oleada de sanciones y contra sanciones entre Rusia y occidente.

No será tal y como la imaginábamos en las postales apocalípticas de hace años, cuando hongos nucleares devastaban en minutos todo el planeta.  Será, más bien, una lenta agonía de silencio y manipulación donde poblaciones completas perecerán ante la indiferencia de todos mientras los perros de la guerra convierten esta economía posmoderna en un lugar de sobrevivencia: empleos escasos, comida escasa, libertades escasas.
Poco queda por celebrar. Googlear las notas en inglés sobre las masacres fascistas en Ucrania es descubrir que la verdad pereció entre un alud de propaganda. Señal ineludible que la guerra ya empezó Y nadie quedará al margen. Nos esperan nuevos cementerios bajo la luna. Y el fervor de los idiotas pidiendo, a grito pelado, un poco más de muerte.

Lindo y previsible siglo XXI.

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