viernes, 11 de enero de 2013

Arnoldo Martínez Verdugo o la parábola del buen comunista

Decía el antropólogo Roger Bartra que "todavía no ha aparecido el historiador o el politólogo que emprenda un estudio biográfico de Arnoldo Martínez Verdugo, cuyo papel democratizador está en la línea de Enrico Berlinguer y de Santiago Carrillo". Quien fuera secretario general del Partido Comunista Mexicano, luego PSUM, tuvo a sus 88 años un discreto homenaje en el Centro Cultural Tlalpan el jueves 9 de enero del 2013. Meses después moriría en la más absoluta discreción. Lógico es preguntarse ¿cuál es su legado?



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Arnoldo Martínez Verdugo: Homenaje al buen comunista.





¿Por que pasó tan desapercibido en los grandes medios el homenaje a Arnoldo Martínez Verdugo cuando fue "el líder político que, desde la estructura burocrática del PCM, logró provocar un giro extraordinario en las tendencias de la izquierda" al decir del ex comunista Bartra?

No es difícil responder. Arnoldo Martínez Verdugo es el buen comunista en versión azteca. Su devoción al eurocomunismo primero y luego a la democracia neoliberal lo convirtieron en laborioso peón del proceso de demolición controlada de la izquierda superando en concesiones al santurrón de la democracia española, alias Santiago Carrillo.

En una sociedad castigada por la doctrina del choque, y en plena caída del bloque socialista, las fuerzas de izquierda que convergieron en la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 se despidieron de toda tradición revolucionaria al acatar la hoja de ruta que hoy conocemos al dedillo: estado limitado, democracia oligárquica y gobernanza del capital sobre la política. Y en este proceso Martínez Verdugo fue esencial. Como dijo uno de sus historiadores "en sus estertores, el comunismo también contribuye a la modernización política".

Modernidad o aceptación que no hay alternativa alguna al capitalismo. Derrota asumida. Renuncia aceptada.

Renuncia al legado común de las izquierdas que en América Latina hicieron de la reconquista de los recursos naturales, la lucha contra los monopolios extranjeros y el imperialismo norteamericano bandera irrenunciable. El "dogmatismo marxista y el nacionalismo revolucionario" fueron sacrificados en el altar del liberalismo triunfal. Y al cabo de tres décadas México es ya un protectorado al servicio de Washington y las corporaciones. Sagrada misión que se impuso el padre-fundador Octavio Paz, apóstol del anticomunismo y la libre empresa subvencionada por el estado pero en la tarea no estuvo solo. Ayudó, y mucho, la izquierda moderna.

Su trabajo fue estigmatizar el bagaje histórico de las izquierdas latinoamericanas en la vorágine de la privatización del estado y asumir que la única función del social-liberalismo, o la tercera vía, era garantizar los derechos civiles de las minorías y una difusa equidad basada en programas sociales parciales.





[caption id="attachment_457" align="aligncenter" width="599"]Captura de pantalla 2013-01-11 a la(s) 14.37.53 Cuauhtémoc Cárdenas en el Zócalo capitalino: 1988[/caption]




Programa irrelevante funcional a los dueños de México ya que Martínez Verdugo diseñó la izquierda institucional que hoy representa el Partido de la Revolución Democrática junto a otros satélites como el Partido del Trabajo o Movimiento Ciudadano, integrados a un sistema de colusión y corrupción sin fisuras.

Verdugo fue, por tanto, un modelo acabado de buen comunista. Y el buen comunista es aquel que renuncia a transformar la sociedad para calmar a los poderes fácticos.

Cuando el PRD excluyó a su marido del consejo nacional del partido en diciembre del 2008, su esposa, Martha Recaséns, dijo que "la historia de la izquierda en la segunda mitad del siglo XX no podría entenderse sin Arnoldo". Y resulta que ese es el problema. El laberinto de entreguismo empresarial y corrupción masiva que representa hoy el Partido de la Revolución Democrática nació gracias a aquellos honestos precursores.

Gilberto Rincón Gallardo, Joel Ortega, Jorge Alcocer, Pablo Gómez y otros prominentes miembros de aquel partido, con Martinez Verdugo a la cabeza,  entregaron la estafeta

¿A cambio de qué?

De nada. Terminaron legitimando a la reacción que hoy domina México a su antojo. Por eso la pregunta de Bartra es ociosa. No hay gran libro sobre Martínez Verdugo porque no hay gran relato que contar. Nadie recordará el fulgor de aquellos muchachos porque en el corte final de caja todo fue rendición. Y las ceremonia de la derrota solo a los viejos cuates interesan.

Mientras el cáncer de Hugo Chávez tuvo en vilo a millones de personas que si fueron actores y testigos de un cambio histórico, el recuerdo del comunismo mexicano se desvanece en la niebla. Quizás porque ellos mismo quisieron enterrar un legado de socialismo y libertad que terminó rebrotando en América del Sur.

Y esto es lo que pasa con los buenos comunistas que dejaron de serlo. Caen bien a los poderosos pero los floreros de antaño acaban siempre en el desván del olvido.

Es la párabola del buen comunista. Su defunción solo certifica una muerte acontecida mucho tiempo atrás.

Ni modo. Nada memorable queda por decir. Es el problema del buen comunista. Se vuelve irrelevante.

Hasta desaparecer en la nada.

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