miércoles, 20 de marzo de 2013

Confesiones de un periodista decadente







A finales de los ochenta nada era más cool en España que el periodismo de investigación. Los egresados de ciencias de la comunicación soñaban con camuflarse de Günter Wallraff en alguna empresa explotadora para coronarse, en su madurez, como los nuevos Kapuściński del corral ibérico.

Casi todos terminaron sirviendo cervezas en Londres, redactando comunicados en tristes gabinetes de prensa o desapareciendo en el olvido mucho antes de entrar en combate periodístico.

Sobrevivieron con suerte dos de cada diez titulados. Hoy la cifra es aún menor.

Al cabo de tres décadas el sueño se ha democratizado. Los recién egresados sueñan con llegar a ser cronistas y publicar algún día en Gatopardo u Orsai. Y la meta es salir en la página web de Nuevos Cronistas de Indias. Para ser etiquetados como "periodismo de vanguardia". O periodismo narrativo.

Pocos serán los escogidos pero, como consuelo, todos tendrán su blog. Sirvan copas en Nueva York o redacten notas para la administración pública, la fantasía de existir mientras narramos durará un poco más que en mis tiempos.

En la zombie-red seguiremos publicando todos. Para creer que todavía estamos vivos. Pero por más que se alargue el cuento todo debe acabar como aquella película de los noventa.

"Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto".

Así que olvida el periodismo y estudia para abogado. Te ahorrarás todo el rollo de la pérdida de la inocencia. Si vendes tu alma temprano, en la hora postrera podrás redimirte. Contándole tus terribles hazañas a un periodista en busca de la gran exclusiva...

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