El periodismo como 
búsqueda de la verdad y 
develación de las trampas del poder murió hace tiempo. Los mentores que hicieron las grandes frases que debían guiar nuestro camino se mueren. Y nos dejan con 
las mismas frases -
"para un periodista el principio fundamental es buscar la verdad y contarla"- que el 
Washington Post
 parecía aplicar en tiempos del Watertgate cuando, en el reflujo de 
Vietnam y el gran cuestionamento, los medios estadounidenses parecieron 
sacudirse su tradicional colaboracionismo con el poder o los poderes 
(fácticos, naturalmente). 
 
Fue un espejismo.El 
fulgor de un meteorito que iluminó las mentes de varias generaciones y 
que, estilo cometa Halley. pasa una vez cada cien años. Cabe dudar que 
en la actual debacle de la prensa escrita, vivamos otra vez este momento
 catártico. 
No fue así en
 el caso WikiLeaks, o los cables de embajadas que los cinco grandes medios de Europa y EEUU prometieron
 exhibir para convertir en anecdota burocrática y linchamiento final a su proveedor y amigo, un tal Julian Assange. Tampoco sucedió en 
 el caso Snowden que terminó con 
Glenn Greenwald fundando un medio cibernético, o 
The Intercept, 
 para decir aquello que ya no cabía en los medios tradicionales sobre el
 gran hermano que  existe en loa grandes sótanos bajo la luna de la NSA y
 controla todos nuestros pasos en la red.
En esta agonía final, sin héroes a la vista, dos películas producidas en California
 pero lejos del estilo Hollywood (hoy reducido a superhéroes y otras 
inflaciones de palomitas) marcan el final de ciclo de una profesión que 
en otros tiempos pareció la cumbre del hombre occidental.
Es modo 
irónico. Y crepuscular. La fascinación del cine estadounidense por su 
otra industria cultural (el periodismo corporativo) debía terminar con 
un bello epitafio. Y no fue solo uno sino dos.
Kill the messenger o perro si come perro
Siguendo en modo irónico, resultará  que hombres vinculados a Hollywood 
 serán los enterradores del negocio de la información. Y el colapso 
filmado tuvo lugar en 2014. Dos películas estrenadas el año pasado son 
perfecta necrológica de algo que en los setenta parecía posible (el 
cuarto poder contra el imperio del secreto) y hoy resulta risible.
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| Kill the messenger: ¿verdades incómodas? | 
Kill the messenger es el 
relato biográfico-político de Gary Webb, el periodista que 
reportó en 1996
 la connivencia entre la CIA y traficantes del este de Los Angeles que 
vendían crack y cuyos beneficios sivireron para financiar a la contra 
nicaraguense en la década de 1980. Sus colegas de la prensa corporativa 
se encargaron de destruirlo inventando una cascada de calumnias y medias
 verdades sobre su (sospechoso) trabajo profesional.
 
No hubo un segundo Watergate ni cobertura en prime time. La jauría lo acabó y en 2004, sin trabajo ni expectativas, Webb se pegó un tiro en la cabeza.
Asi que nada de final feliz para el periodismo libre. Y esta película que ha movido reflexiones, 
calumnias retroactivas y 
memorias completas
 sobre la cacería mediática contra uno de los suyos desmiente que perro 
no come perro y que entre compañeros aplica el respeto. La casta divina 
señalo al mensajero y lo acabó. Conste en acta.
 
Nightcrawler: el American Psyhco del periodismo
Nightcrawler, 
 o la historia de un pequeño ladrón, desempleado y sociópata, que 
descubre su vocacion de freelancer cubriendo la nota roja en el 
escenario nocturno de L.A. El
 retorcido lenguaje del capitalismo aspiracional
 aplicada a un tipo que sacrifica "empleados", ética profesional y otras
 nimiedades para grabar la noticia más sangrienta que los productores de
 canales locales puedan imaginar.
 
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| Nightcrawler: periodismo, sangre y horror. | 
El éxito de este american psycho
 es el reflejo del capitalismo sin adjetivos o el sueño del emprendedor 
que cumple su "sueño" emulando los tiburones de la libre empresa. Su 
deshumanización lo dota de una colosal capacidad de convertir el horror en lucro y captar lo que necesita la industria televisiva. Y su éxtio determina lo único que quedará del periodismo corporativo y su desesperada búsqueda del raiting. Una legión de lunáticos que es cómplice, testigo y actor de una masacre sin fin.
Pan, circo y horror.
El periodismo ha muerto. Y nunca un velorio fílmico fue tan impactante. Es tiempo de comer perro.
 
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