The dark knight rises: basura ideológica en estado puro. |
jueves, 11 de julio de 2013
No sé si usted se enteró de la noticia pero el viejo rumor si se confirmó: el cine made in Hollywood agoniza. La sagrada tríada de los zombies apocalípticos, las sagas de superhéroes y las películas de animación
para niños se adueñó de las salas de estrena. Y entre tanta
mercadotecnia y fanfarria, tardamos en darnos cuenta de la catástrofe y
sus saldos.
¿Catástrofe?
¿Cuál catástrofe? Cuando legiones de niños, preadolescentes, jóvenes y
señores con delirios de Peter Pan atiborran cines caros y baratos para
ver el enésimo remix de Superman, la nueva entrega del villano infantil y
el blockbuster de Brad Pitt contra el imperio zombie resulta difícil atisbar la metástasis que acecha al cine comercial.
El
3D, las salas Vip, los paquetes promocionales o las tarjetas de
fidelización no conseguirán frenar el mayor problema de Hollywood: la escasez de buenas historias.
Saquear los bestsellers para que las masas piquen y vayan a ver su
(triste) novela en la gran pantalla solo consigue extender el cáncer
cinematógrafico. Una horrenda saga -Crepúsculo, Los juegos del hambre o 50 sombras de Grey-
llega a las salas de todo el planeta, la crítica lo despedaza y excepto
los muchos incondicionales, la vasta mayoría de la humanidad decide que
entre bostezar en la oscuridad o hacerte tus palomitas en casa pues
mejor lo último.
Los
consumidores de estos productos calóricos e infernales no conservarán
memoria alguna de sus películas preferidas una vez pase su fiebre
consumista y en esta espiral descendiente terminarán vomitando la comida basura que tiempo ha disfrutaron.
Aunque ya pagaron su entrada, nada los vinculará al rito
cinematográfico porque no se habrán educado en un culto que despareció
antes que pudieran amarlo. La destrucción del imaginario fílmico impedirá conservar una base de espectadores capaz de pagar una entrada por una producción decente que vaya más allá de la mierda enlatada usual hoy en día.
Si no fuera para dar un rato de ocio a los revoltosos niños, nadie de mi edad iría al cine. La lealtad que algunos tuvimos hacía la pantalla grande se ha vuelto indiferencia y temor. Y tensada la cuerda, todo se puede romper. Las advertencias de Spielberg
sobre el "gran colpaso" que se avecina cuando "media docena de estas
películas megapresupuestadas se estrellen contra el suelo” me quedaron
claras ayer cuando pagué 17 pesos para ver World War Z
y sólo el bajo cosro me permitió aguantar un bodrio más sin
arrepentirme demasiado. Pero igual me di cuenta que hace ya medio año
que no me acerco a una sala de exhibición. Entre guiones indignos, propaganda barata y realizaciones pésimas el cine de Hollywood prefiere apostarle a la eterna infantilización de las audiencias.
Se puede decir que lo han conseguido. Ya que el 90 % de lo que llega a la gran pantalla es bazofia producida en Los Ángeles la ilusión del estreno se ha desvanecido.
Siguiendo el patrón de toda metástasis las células sanas del cine han
mutado en dosis masivas de superhéroes. La última gran plaga que ha
tomado por asalto la cartelera pero que en su mutación ha convertido a
personajes ambiguos como Batman en cruzados de Wall Street contra el populismo asesino.
Por si no bastaba el estilo ampuloso de Cristopher Nolan, el director
más emblemático de estos nuevos tiempos, encima tuvimos que tragarnos su apología barata del capital que lucha contra los malditos indignados.
La
basura ideológica ya no permite ni disfrutar las palomitas en paz. Tal
cual sucede con este reconsagrado engendro de Brad Pitt: la fortaleza sionista de Israel es la única que resiste el ataque de los zombies pero el ala humanitaria del apartheid decide dejar entrar a los sucios palestinos y por ahí penetran los monstruos en las áreas protegidas.
Ni la burla perdonan.
La
industria arriesga más en la producción de series de televisión que en
recuperar la gloria perdida del cine comercial. En la estela de Mad Men, todo un viaje a los infiernos corporativos, o Game of Thrones, capaz de resucitar el género fantástico, pocas dudas quedan: el futuro del show business ya no está en la exhibición cinematográfica.
El control de la cadena de producción por parte de los expendedores de
basura hará que todo urgido de buenas historias termine refugiándose en
el cable o en el llamado video on demand que iniciara Netflix y es el futuro que llega.
Entre Chinatown, Blue Velvet o Gangs of New York,
algunos directores intentaron que el cine lo englobara todo: de lo
social a lo íntimo. Una experiencia compleja y arrebatadora que terminó
en sensaciones estomacales y efectos 3D. Lo que perdimos dudo que vuelva.
Solo queda el lastimoso réquiem y la recuperación de los viejos
formatos que hoy viven su época dorada: el auge del documental y la
avalancha de nuevas series calman nuestras tristezas.
Mientras algunos filmes dispersos (casi nunca gringos) nos recuerdan la grandeza perdida del séptimo arte, los fanáticos de la comedia si lloramos la irreparable pérdida de género.
Y juro que este mundo, sin risas, se torna un lugar realmente feo...
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