'El arte de nuestros enemigos es
desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no
vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande
se puede hacer con la tristeza'
Las
elecciones que hoy tienen lugar en Puebla no importan demasiado. Aunque
deberían. Se eligen presidente municipales y diputados de mayoría
relativa y no hay entusiasmo alguno. Virtudes de la transición fallida del 2000, toda idea de
cambio (de élites, de política, de modelo) se ha ido por el caño de la
historia. Poca gente cree ya que votar sirva para algo. Desde el quiebre
del 2006, o la respuesta popular ante la cuestionada victora de
Calderón sobre AMLO,
una ponzoñosa relación entre el poder político y
los votantes quedó establecida: Votes como votes, te chingas. Las
reacciones anarquizantes e infantiloides, desdes el voto nulo al
candigato Morris, solo evidencian que
ante el fracaso de la política la
gente se refugia en la antipolítica. Reacción natural pero anodina ante
los representantes populares que no se preocupan demasiado por los votos
anulados.
Pero
sería demasiado fácil considerar que este laberinto de nuestra soledad
tiene que ver solamente con la clase política, o la tan denostada
partidocracia. Tiene que ver, diría yo, con el éxito del modelo de
integración a Estados Unidos que ha compactado las filas del poder
económico convirtiendo a la alta burguesía mexicana en la verdadera
fuerza motriz de este país. El presidente ya no es el supremo árbitro
de la vida nacional sino un tipo cada vez más irrelevante al servicio de
los poderes fácticos. Los priístas son más duchos en poner orden en la
selva de los intereses especiales pero los mexiquenses de Peña Nieto no
se mueven ni un ápice de la sana doctrina neoliberal que debe terminar
en la entrega total de los bienes de la nación al también sacrosanto
sector privado.
El ciclo histórico
que inició en 1988 está a punto de concluir y la visita de Obama en mayo
del 2013 mostró cuan profunda e irreversible es la
inserción-desaparición de los Estados Unidos Mexicanos en el
conglomerado imperial. En el
Museo de Antropología, con toda la
parafernalia del entreguismo, el presidente norteamericano anunció
nuevas ofensivas contra el socialismo latinoamericano, mientras los
subordinados aplaudían su hueca retórica Ivy League. Y seguro se
acuerdan que en el interín el virrey en turno
aprovechaba la luz verde imperial para inventar y desarticular una red
de
conspiradores poblanos que hablaban mal de él en Facebook.
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Obama: El sermón de antropología. |
Entre el al "amigo americano" y
al conseguidor español, todo aspirante a grilo mayor sabe que no hay
proyecto de nación y que la única regla a seguir es hacerse de un
patrimonio antes de dejar el cargo. La plaga de corrupción e impunidad
que se abate sobre los estados de la república es la consecuencia
natural de una correcta lectura de aquello que la iglesia llamaba "los signos de los
tiempos".
El problema no es, por tanto,
la partidocracia en si sino el éxito del proyecto salinista en
conjunto. Y la verdad sea dicha, gran parte de estas clases medias que
hoy se quejan del desmadre nacional compraron las fantasías
tecnocráticas. Su desgracia es haber creído que vender la nación les
daría grandes beneficios. Visto que no es así, la autocrítica brilla por
su ausencia y culpan de sus males a una clase política que se limita a
seguir los dictados de los dueños de México. Mientras siguen aplaudiendo las reformas que nos destruyen.
Querían
ser gringos. Y lo somos. No habrá cambio político en Estados Unidos
porque solo hay un patrón. Que no se diga que en México no imitamos bien
el modelo. El resto de nuestras peculiariades -pobreza, desigualdad y crimen- nunca se fue. Solo aumentó hasta volverse asfixiante.
Es lo malo de pactar con el diablo. No hay quien te salve de él...
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